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¡Cine atómico! Threads, 1984, Mick Jackson   Leave a comment

En anteriores entradas de ¡Cine atómico!…

  1. On the beach
  2. Panic in the Year Zero!
  3. Five
  4. The Day After

Y hoy presentamos…

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¡Bienvenidos a una de las películas más deprimentes de la historia! Si eres un trastornado hardcore de lo nuclear, si te gustó The Day After pero te supo a poco, Threads es tu película y te va a encantar tanto como te va a sobrecoger. Si en cambio aquella ya te dejó con mal cuerpo, entonces es mejor que no veas ésta porque vas a flipar. Avisado quedas 🙂

Con un formato de docudrama, fue producida para televisión por la BBC, Nine Network y Western-World Television y emitida por primera vez en Septiembre de 1984 en Reino Unido. El filme dramatiza con la intención de ofrecer una máxima verosimilitud los efectos de una guerra termonuclear total sobre el Reino Unido, ejemplificados en la ciudad de vlcsnap-2016-02-22-21h48m35s479Sheffield (4ª en población del país), y en las consecuencias y desventuras para un pequeño grupo de protagonistas: dos familias (una de clase media, otra de clase obrera), y el jefe ejecutivo encargado de coordinar los servicios de emergencia de la ciudad precisamente en el caso de una guerra nuclear.

Nos damos cuenta con facilidad de que los supuestos generales en los que se basa este filme son calcados a los que ya hemos visto en The Day After, emitida nada más un año antes. Tenemos una primera parte en la que asistimos a escenas normales de la vida de personajes de clase media, vidas que podrían ser la de cualquiera de nosotros. Entremezcladas con ellas, escuchamos noticias acerca de una crisis entre las dos superpotencias que va subiendo de intensidad paulatinamente hasta que ¡blam! alguien pulsa el botón y nubes en forma de hongo pasan a decorar los cielos de medio planeta. Después, vemos como los supervivientes las pasan putas. Fin.

No obstante, el tratamiento y el alcance del guión de Threads es mucho más amplio, inquietante y a mi modo de ver interesante que en el caso del filme norteamericano. Si bien su difusión e impacto público fue incomparablemente menor, profundiza mucho más dramatizando sin concesiones una de las teorías más en boga, y también más polémicas, acerca de las consecuencias a largo plazo de la guerra nuclear para los seres humanos y para el planeta: la del Invierno Nuclear. Como veremos más adelante, esta hipótesis se situó durante los calientes años de la Guerra Fría de la primera mitad de la década de los 80, en el epicentro del debate político acerca del uso y proliferación del  armamento nuclear y, sobre todo, en el de una tensa y disputada polémica acerca de la relación entre la ciencia, la política y la conciencia social.

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Ruth

El punto de partida de la historia es el siguiente: Ruth y Jimmy son una pareja joven y un poco atolondrada de Sheffield que, como tantas otras, deben obtener un poco de intimidad en el asiento trasero un coche aparcado a las afueras de la ciudad. Tanto va el cántaro a la fuente que, ups, que cosas, Ruth se da cuenta un día que se ha quedado embarazada. En vez de, como cualquier juicioso macarrilla de extrarradio haría, salir corriendo y dejar a la chica plantada con el papelón, Jimmy demuestra ser un tipo formal y ambos deciden seguir adelante con el embarazo y casarse. Él es de barrio obrero, ella, de familia bien. Los padres de ambos no lo ven muy claro, pero qué se le va a hacer: ambas familias se reúnen para conocerse y oficializar el asunto. La pareja se muda a un piso destartalado para vivir juntos en amor y compañía. Jimmy, chico responsable él, comienza el proceloso aprendizaje de sentarse con la cabeza por el principio: en el pub pasa a pedir medias pintas en vez de las habituales pintas full equip que trasegaba por norma, mientras su amigo crápula, que se las toma a pares, se ríe de él.

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– «¡Ja ja, eres un jodido calzonazos! – «¡Vete a la mierda, gilipollas!»

En definitiva, escenas de costumbrismo british light que al espectador despistado podrían darle la impresión de estar viendo un trabajo de un Ken Loach en horas bajas. Mientras asistimos a este drama urbano, incidentalmente vamos escuchando informaciones fragmentarias acerca de una invasión soviética en Irán: reportes de la BBC, imágenes borrosas de blindados BMP circulado por carreteras de montaña en un televisor en una esquina de la escena… Y el consiguiente rebote de los EEUU: a que te meto, tú y cuantos más, no tienes huevos, ¿que no? pues te mando a los paracaidistas, pues yo te peto un submarino, pues allá que van mis B-52, por listo, etc. Lo que en The Day After era una crisis  en Alemania que se va de las manos, aquí es un escenario inspirado en la invasión de Afganistán, algo de plena actualidad en aquel momento, pero con petróleo de por medio y por consiguiente, con intervención norteamericana abierta en esta ocasión.

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«Irán» y «Crisis»: ¿qué demonios podría salir mal?

Mientras Ruth y Jimmy buscan piso en Alcobendas, ocurren por vez primera combates directos entre tropas de ambas superpotencias, al principio con armas convencionales, pero no pasa mucho tiempo hasta que alguien – los soviéticos en este caso – utiliza armas nucleares tácticas, que para eso las tenemos y están criando polvo, coño, en respuesta a los bombardeos de una de sus bases. Los norteamericanos deducen entonces, claro, que lo mejor es arrojar una cabeza nuclear sobre la base para terminar el trabajo. Las tensiones entre ambas potencias se extienden por el Golfo Pérsico, Cuba y Centroeuropa: de ahí a que empiecen a llover ojivas termonucleares ya solo hay un paso.

vlcsnap-2015-04-19-21h58m02s125Conforme escala la crisis y pasa de un conflicto diplomático a una guerra abierta, asimismo la trama bélica va teniendo cada vez más presencia en el filme y desplazando o influyendo de forma más directa en la vida de los personajes. Hasta aquí, las semejanzas con The Day After son más que evidentes y Threads no sería más una especia de remake británico de aquella.

Como se dijo al principio, esto es un docudrama, con una intención divulgativa más explícita. Este formato permite a los guionistas combinar la dramatización de los efectos y consecuencias de la guerra en personas y paisajes concretos, con quienes nosotros como espectadores podemos empatizar e interiorizar mejor el mensaje que quiere transmitirnos; con una contextualización más detallada y rigurosa y que además no queda enteramente en manos de los personajes desvirtuando el guión, como ocurría en The Day After. Durante toda la película se intercalan textos explicativos y una voz en off que son los que aportan, de forma desapasionada, distintas informaciones que nos ayudarán a comprender mejor el alcance y contexto de los hechos que estamos viendo en la pantalla. Por ejemplo, información acerca de la ciudad de Sheffield, su población, sus industrias principales, bases y objetivos militares cercanos, etcétera. A medida que la trama evoluciona y se acerca al clímax, nos cuenta acerca las medidas previstas de emergencia (y cómo fallan estrepitosamente ante la magnitud de la catástrofe), sistemas de alerta, organización social, mientras que en la parte final del filme, describe los efectos principales del ataque nuclear, consecuencias a corto y largo plazo en los supervivientes así como en la sociedad, y en definitiva, las penurias de todo tipo y condición que le ocurren a la gente cuando la humanidad – más bien, una pequeña parte de ella – decide repartirse a escote unos 3000 megatones que llevaba sueltos. Todos estos datos se fundamentan en documentación oficial o estimaciones aportadas por estudios y asesores científicos consultados para la realización del documental.

Una vez que estalla la guerra total, Threads llega allá hasta donde The Day After no se atrevía. El objetivo de ambas cintas es el mismo, concienciar al público, pero Threads se libera los límites que, por no espantar en exceso al público familiar, los productores del filme norteamericano se impusieron. Aquí, el guión no da tregua y te maltrata sin ninguna misericordia, casi con cierto deje de sadismo. Comprensible dado el asunto del que se trata, claro, pero no olvidemos tampoco que se trata de una obra destinada a ser emitida en televisión al público en general: podríamos esperar quizá alguna sonrisa postrera, algún amor que nace entre las cenizas, un deje de esperanza en el resurgimiento futuro de la raza humana, aprendida ya por fin de sus errores, finalizando con el rostro de los escasos supervivientes encarando decididamente el futuro y dispuestos a no volver a pasar hambre ni penurias nunca más, cual Scarlett O’Hara a medio metraje de Lo que el viento se llevó.

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No es este el caso: ante nuestra mirada se despliega en crescendo continuo un repertorio interminable de calamidades que los supervivientes han de apurar hasta las heces: la devastación y las lesiones inmediatas provocadas por el estallido y la onda de choque de las bombas; los incendios, la desorientación y el trauma psicológico; la muerte de la mayoría de seres queridos y conocidos; el envenenamiento por radiación; el hambre, los saqueos y asesinatos; la falta de agua y de servicios básicos, de medicinas y de medios sanitarios de todo tipo; la lucha desesperada por la supervivencia; las medidas de emergencia impuestas por la autoridad restante (racionamientos, realojamiento obligatorio, trabajo forzoso a cambio del escaso stock de comida remanente, juicios sumarísimos y campos de concentración para quienes no cumplan con la ley marcial.

Es principalmente en el personaje de Ruth en quien se ejemplifica el calvario que recorrerían los supervivientes de una guerra semejante. De primeras pierde a Jimmy, a quien vemos por última vez tratando de reunirse con ella y no sabemos qué le ocurre después: igual que pasaría en la realidad, que no volveríamos a saber nada del destino de la mayoría de nuestros conocidos. Yo no apostaría el contenido de mi billetera por él. La chica sobrevive al principio junto con sus padres en el sótano de la casa de estos, en condiciones realmente precarias. En un momento en el que salen brevemente al exterior con el motivo de sacar el cadáver de la abuela, Ruth, bastante desorientada a causa del trauma, se escapa y comienza su vagar por los paisajes después de la batalla, salpicados de cadáveres carbonizados y gente desquiciada.

En busca de su Jimmy recala en un hospital hacinado hasta los topes de personas heridas y asustadas. Entre escenas bastante desagradables de pánico y sufrimiento, la simpática voz en off aprovecha para recordarnos que sin electricidad, agua corriente ni suministros tales como medicinas o vendas (agotados enseguida ante la avalancha de víctimas), los doctores apenas pueden hacer nada por ellos. Por si fuera poco, con literalmente millones de cadáveres insepultos (ahora atacan los alegres textos explicativos: «Unburied corpses in UK: estimated 10-20 million«) desperdigados por todo el país y plagas de ratas dando buena cuenta de ellos, enfermedades como el tifus, el cólera o la disentería no tardan en aparecer y cebarse con los supervivientes.

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Vendrán 13 millones de naves…

Mientras tanto, los padres de Ruth han acabado sus días miserablemente asesinados por unos saqueadores en su refugio del sótano. Un perro mordisquea el cadaver de la abuela. Lo que queda de las autoridades recogen a Ruth y es realojada forzosamente junto a muchos otros refugiados en casa de aquellos que aún la conservan, les guste o no a los dueños. Con las ciudades aplanadas a base de megatones, la vivienda es una de tantas cosas que escasean en este nuevo mundo (afortunadamente esto es algo que aquí en España no pasaría, y es que para que luego digan estamos por una vez a la cabeza del mundo en la prevención de una contingencia semejante. Gracias a macroreservas habitacionales diseñadas a tal efecto como Marina D’Or y Seseña, construidas lo más lejos posible de cualquier núcleo urbano mínimamente susceptible de ser alcanzado por un arma nuclear, seremos capaces de realojar con facilidad a todos aquellos que pierdan su vivienda en una eventual guerra nuclear).

Al poco, sin duda estimulada por la «hospitalidad» de su nuevo casero, Ruth huye de nuevo y sale de la ciudad, acompañada del amigo de las pintas de Jimmy a quien encuentra por casualidad. Sobreviviendo en el campo a base de comer todo lo que pillan, los vemos zampándose con fruición el cadáver de una oveja, crudo y sin sal, pero sin duda aliñado en abundancia con Cesio 137 y Estroncio 90. ¡Se acabaron las pintas en el pub para el alegre compañero de francachelas de Jimmy! Será la última vez que lo veamos.

La película en definitiva nos va desgranando las consecuencias principales que la guerra nuclear tendría sobre nuestras sociedades industrializadas. Para entonces ya han pasado varios meses desde el apocalipsis y aquí es donde Threads comienza a descollar del resto de películas del género, al mostrar como sería la existencia a largo plazo en el mundo de la posguerra, en vez de limitarse solo a los efectos más inmediatos durante los primeros días y semanas. Y, como señalé antes, introduce además una consecuencia nueva, que recién se empezaba a vislumbrar por aquel entonces a raíz de varios trabajos científicos publicados en los primeros años 80.

Hasta que el infierno se congele: el Invierno Nuclear.

En 1982 la revista Ambio, de la Real Academia de las Ciencias Sueca, publica un trabajo titulado The Atmosphere after a Nuclear War: Twilight at Noon (La Atmósfera tras una Guerra Nuclear: Crepúsculo al mediodía) que, como su propio nombre indica, versa sobre los posibles efectos en la atmósfera a raíz de un enfrentamiento nuclear a escala global.

Que el uso de estas armas pudiese provocar algún tipo de efecto climático fue algo contemplado y estudiado (y descartado en aquel momento) ya en una fecha tan temprana como 1952, en un trabajo con un título tan cojonudo como Effects of Superweapons Upon the Climate of the World (Efectos de las Superarmas sobre el clima mundial). El foco de atención se puso entonces en la nube de materiales (gas y polvo) levantados por las detonaciones nucleares y sus efectos en la atmósfera, de manera similar a como las erupciones volcánicas pueden causar anomalías en el clima. Pero no fue hasta la llegada del informe Ambio y, sobre todo, del llamado «informe TTAPS» (Nuclear Winter: Global Consequences of Multiple Nuclear Explosions), mucho más conocido por el público, cuando la eventualidad de un cambio climático significativo y global comenzó a ser considerada como algo real y con base científica. Uno de los nombres detrás de TTAPS era el de Carl Sagan, mediático científico y divulgador que hizo de la causa antinuclear su cruzada personal y un defensor incansable de la validez de la hipótesis del Invierno Nuclear. No es de extrañar así que Threads cuente con Sagan entre la lista de asesores científicos que aparece en los créditos finales.

Lo que ambos informes sostenían es que, más que los materiales eyectados por las explosiones nucleares, el factor más importante a tener en cuenta son los cientos o miles de incendios provocados tanto en ciudades como en instalaciones industriales y militares y en amplias zonas boscosas; y el resultado de estos incendios, muchos de ellos transformados en terribles tormentas de fuego sería (caos y destrucción aparte) la liberación a la atmósfera de millones de toneladas de humo, cenizas y hollín, además de sustancias tóxicas varias algunas de las cuales atacarían, ya en plan combo, a la capa de ozono.

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Tormenta de fuego en 3 cómodos pasos. People sucked into flames!

La principal consecuencia sería que todo este humo bloquearía la luz del sol; se calentaría por efecto de ésta y ascendería posiblemente hasta la estratosfera, donde podría permanecer por semanas, meses o incluso años haciendo que las temperaturas de la superficie descendieran hasta varias decenas de grados en las zonas continentales, alterando los fenómenos meteorológicos y reduciendo las precipitaciones. Esto es, un invierno artificial de duración indeterminada y que ocurre sea la estación que sea. Y el problema real no es solo que haga frío, sino que básicamente lo que consigues es cargarte la agricultura y los ecosistemas de medio planeta: no hay forma de cultivar ni conseguir alimento para los supervivientes que queden, que acabarán muriendo de hambre si es que cualquiera de los otros 25.000 efectos chungos de la guerra nuclear no terminan antes con ellos. Bueno, eso y que te quedas sin verano y que cierran todos los chiringuitos playeros.

Unlike most earlier studies […], we find that a global nuclear war could have a major impact on climate – manifested by significant surface darkening over many weeks, subfreezing land temperatures persisting for up to several months, large perturbations in global circulation patterns, and dramatic changes in local weather and precipitation rates – a harsh «nuclear winter» in any season.

Turco R. P., Toon O. B. , Ackerman T. P., Pollack J. B., Sagan C.
Nuclear Winter: Global Consequences of Multiple Nuclear Explosions.
Science. Diciembre 1983, vol. 222, nº 4360, p. 1283-1292.

Durante el resto de los años 80 un buen puñado de otros estudios vendrían a tratar de profundizar y afinar el alcance real de estas predicciones, en muchos casos confirmándolas aunque con una gran variedad de matices.

El día después de El Día Después

Alguien podría decir que tras los terribles efectos devastadores e inmediatos de una guerra nuclear, la hipótesis del Invierno Nuclear es irrelevante en la práctica. De hecho en su momento hubo quienes sostuvieron esta postura. Sin embargo representa un salto cualitativo enorme, ya que dota de una base científica a la profecía de la extinción total de la raza humana (y quizá de la vida entera en el planeta) que anteriormente se había propuesto en forma fantasiosa y superlativa. Como por ejemplo en On the Beach o, de forma más limitada, en Five. Eran los comienzos de la era nuclear y la novedad y desconocimiento acerca de los efectos de las nuevas «superarmas» permitían especular desde la ficción con el exterminio de todos o casi todos los seres humanos. Siendo bastante jodidos de por sí los efectos de las bombas o de la radiación, esos augurios no dejaban de ser meras exageraciones.

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Simulación de invierno nuclear en un escenario de guerra nuclear total entre Rusia y EEUU con el arsenal a niveles de 2012 (fuente).

La imagen más comunmente aceptada hasta el momento de las secuelas de un conflicto global entre las superpotencias de la Guerra Fría, desde que a partir las décadas de los 60, 70 y 80 del siglo XX la carrera armamentística se desarrolló descontroladamente, es más o menos la reflejada en The Day After. Muerte y destrucción en proporciones espantosas sí; pero con un número significativo de supervivientes al fin y al cabo, aunque sea en penosas condiciones. La introducción de la variable del Invierno Nuclear en el escenario, lo que nos dice es que es posible que esos supervivientes no puedan llegar a conseguir nunca los mínimos necesarios (sobre todo en cuanto a la alimentación) para levantar cabeza. Es, en definitiva, la gota que colma el vaso e inclina la balanza hacia el abismo. No sería algo repentino, pero sí un declive gradual e imparable hacia la extinción total. Y no es solo que llegásemos a matarnos a nosotros mismos: podríamos incluso llegar a matar al mundo, si las agresiones masivas a los diversos ecosistemas y las sinergias negativas entre todas ellas, alterasen tanto el complejo tejido de la Naturaleza que lo rompieran definitivamente.

Subfreezing temperatures, low light levels, and high doses of ionizing and ultraviolet radiation extending for many months after a large-scale nuclear war could destroy the biological support systems of civilization, at least in the Northern Hemisphere. Productivity in natural and agricultural ecosystems could be severely restricted for a year or more. Postwar survivors would face starvation as well as freezing conditions in the dark and be exposed to near-lethal doses of radiation. If, as now seems possible, the Southern Hemisphere were affected also, global disruption of the biosphere could ensue. In any event, there would be severe consequences, even in the areas not affected directly, because of the interdependence of the world economy. In either case the extinction of a large fraction of the Earth’s animals, plants, and microorganisms seems possible. The population size of Homo sapiens conceivably could be reduced to prehistoric levels or below, and extinction of the human species itself cannot be excluded.

Ehrlich P.R., Harte J., Harwell M.A., Raven P.H., Sagan C., Woodwell G.M., Berry J., Ayensu E.S., Ehrlich A.H., Eisner T., et al.
Long-term biological consequences of nuclear war.
Science. Diciembre 1983, vol. 222, nº 4360, p. 1293-1300.

Políticamente, esto era una bomba. Recordemos de nuevo el contexto, el mismo que ya reseñé en la entrada sobre The Day After: la época de Reagan, políticas de rearme y de «recuperación» (que nunca llegaron a perder en realidad) de la superioridad estratégica de los EEUU; Guerra de las Galaxias y recrudecimiento extremo del enfrentamiento entre Este y Oeste, comunismo y capitalismo. En Gran Bretaña tenían a Margaret Thatcher por aquel entonces, completamente alineada con los norteamericanos en cuanto a materia de defensa. En la URSS, Konstantín Chernenko había sucedido ya a Andropov, y duraría incluso menos que él. La era Gorbachov y con ella el fin del sistema soviético estaban ya muy cerca; pero nadie aún podía sospecharlo.

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Margaret Tatcher (centro) y Ronald Reagan (dcha.) le leen la cartilla a Konstantín Chernenko (izqda.)

El Invierno Nuclear añadía una importante novedad respecto al escenario de The Day After, y es que los principales estudios sobre el tema sugerían que incluso una guerra nuclear limitada, «quirúrgica», en la que uno de los bandos consiguiera gracias a esa superioridad desarbolar la capacidad de represalia del enemigo mediante un ataque preventivo, sería capaz desencadenar igualmente el desastre climático y la consiguiente hambruna en todo el planeta. Es decir: una guerra nuclear no se puede ganar, cualquiera que la iniciase sería un suicida, pues sufriría de igual forma los efectos calamitosos del enfriamiento global, por no hablar de que potencialmente causaría el fin de todo aquello que conocemos y amamos: la civilización, la raza humana y los Risketos con chocolate.

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Viñeta que resume los peligros de la doctrina MAD 1) «Si nos atacas, te atacaremos» 2) «(Tenemos que atacar primero antes de que ellos nos ataquen a nosotros)»

Cualquier iniciativa dirigida hacia la proliferación de las armas atómicas era, según estas premisas, nada más que el producto de la locura de un desalmado… Vende tú así a la opinión pública que tu política de rearme es la opción más razonable y necesaria (dentro de la dinámica maniquea que guiaba la Guerra Fría) para preservar la paz, que no era otro que el discurso de Ronald Reagan et al. Por supuesto que el concepto se convirtió inmediatamente es un cartucho más en la munición de las organizaciones a favor del desarme y la distensión, no solo dentro de los Estados Unidos sino también dentro de los países europeos de la OTAN. Lo que a su vez generaba presión en sus gobiernos en contra de medidas tales como el despliegue de los misiles Pershing II o la ya mencionada Iniciativa de Defensa Estratégica o «Star Wars»: dos de los buques insignia de las políticas de defensa de la administración Reagan. Antes que una catástrofe mundial de proporciones bíblicas, el Invierno Nuclear significaba una auténtica debacle de Relaciones Públicas a ojos de los mandatarios estadounidenses.

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Convocatoria de protesta contra las políticas de Reagan. Yeee-haw!

No es de extrañar así que la hipótesis recibiese numerosos ataques desde las filas más conservadoras y partidarias de la escalada de armamento, y también de parte del estamento científico. Y es que contaban con suficientes argumentos para ello ya que todos los estudios que avalaban el Invierno Nuclear adolecían de un punto débil crucial: el número de variables e incertidumbres que intervenían en su caracterización era enorme. Para empezar, la atmósfera terrestre y su dinámica es un sistema terriblemente complejo de modelar incluso para las capacidades computacionales de las que disponemos hoy en día; qué decir entonces para lo que había a mano hace tres décadas. Los modelos que se utilizaron era necesariamente crudos y primitivos. Igualmente el conocimiento sobre la física y comportamiento de las partículas de humo y hollín era muy limitado: cómo se actuarían y se trasladarían en diferentes condiciones y latitudes, a qué altitud ascenderían y por cuanto tiempo antes de volver a tierra, cómo se distribuirían por el globo, cómo se coagularían, cuánta luz solar llegarían a bloquear… ¡cuál sería la cantidad de humo generado! Pues depende de cuánto material combustible, en promedio, estime uno que existe en las ciudades, en las industrias, en las llanuras y en las montañas… Lo cual ya es un parámetro muy difícil de establecer con exactitud, y diferentes autores hacían variar enormemente según el método que eligiesen para calcular las cantidades.

Y no solo entraban en juego ciencias exactas como la Física o la Química: era necesario incorporar a los cálculos el estado de la tecnología y las doctrinas militares existentes, ya que influían en cuestiones tales como ¿cuantas bombas explotarían? ¿A qué altitud, y de qué tipo y potencia? ¿Sobre qué clase de objetivos, Counterforce o Countervalue? ¿De que clase de guerra estamos hablando, una total, o quizás un intercambio limitado (si es que tal cosa es posible)? ¿Cuál es la evolución prevista del armamento, que cada vez es más preciso y con menos megatonaje? Etcétera, etcétera.

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Mapa de los objetivos nucleares de los EEUU en Asia y Europa desde 1956 (fuente). Lo petan.

Demasiados parámetros importantes para los que el rango de valores estaba muy vagamente acotado. Cualquier estudio se veía obligado a hacer un gran número de simplificaciones y asunciones tanto acerca del punto de partida inicial, como de la evolución de los agentes involucrados (incendios, humo, capas atmosféricas, vientos, precipitaciones, influencia oceánica, etc.). Según variasen los valores que uno quisiese escoger, los efectos climáticos de la guerra nuclear oscilarían entre descensos de hasta unos -40º C en amplias zonas del planeta, hasta algo en plan que te pones una rebequita encima y te quedas tan a gustito. ¡Alguno incluso proponía un efecto contrario de calentamiento: el Verano Nuclear! Muchos años de estudios y avances en multitud de disciplinas resultaban imprescindibles antes de poder dar respuestas precisas acerca de los efectos y alcance reales del Invierno Nuclear. No eran pocos por tanto, los que sostenían que no era razonable guiar la política de defensa de acuerdo con una hipótesis tan incierta (los partidarios por supuesto defendían que todas las estimaciones estaban bien fundamentadas y de acuerdo con el estado de la ciencia en el momento). Y es que claro, tampoco se trata de un asunto para el que puedas hacer un test y poner a prueba la teoría a ver qué pasa, vaya…

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Solo para mayores de 30 años.

Hay que añadir además que frente a la beligerancia sin complejos de los EEUU en aquel momento, a la URSS le interesaba políticamente enarbolar la bandera de la paz y alinearse con los florecientes movimientos anti-nucleares, como oposición a los proyectos americanos en las sociedades occidentales – sobre todo, en Europa. Cualquier movimiento o idea contraria a los mismos podía pasar por sospechosa de colaboracionismo con el enemigo, incluso de estar financiada por él. Para los sectores más conservadores era muy fácil el atacar y descartar los argumentos a favor del desarme como meras fabricaciones de los soviéticos; y tachar a quienes los defendían de poco menos que agentes comunistas al servicio de la KGB, ya fuese de manera consciente o no intencionada.

Los rusos tomaron interés en el asunto del Invierno Nuclear y presentaron sus propios estudios y modelos informáticos que lo avalaban como cierto, pero su carencia de recursos informáticos equiparables a los occidentales hacía que fuesen más bien a remolque sin aportar auténticas novedades. Hay indicios de que a altos niveles de la política y el ejército se tomaban el tema bastante en serio, pero esto no implica que se opusiera ninguna resistencia real a la imparable inercia del desarrollo de los sistemas militares soviéticos. A todo el mundo le preocupaba muchísimo que llegara a ocurrir un holocausto nuclear, pero ya si eso que se desarmen primero los otros, que para eso son los malos, y luego nosotros ya lo vamos viendo sobre la marcha.

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Soldados germano-occidentales manifestándose en contra del despliegue de los Pershing II, o haciendo de extras en un capítulo de Deutschland 83.

Por si fuera poco, muchos pusieron en duda la objetividad de algunos de los principales científicos que avalaban la teoría, acusándoles (y aquí el principal blanco de las críticas era Carl Sagan por su gran exposición mediática y bajar sin remilgos a la arena del debate público y social) de retorcer los datos y escoger los peores escenarios posibles en sus estimaciones para asegurarse unos resultados que confirmasen la ocurrencia del cambio climático, apoyando así a la causa pacifista ¿Deben los científicos involucrarse y apoyar públicamente causas políticas en base a sus convicciones personales? ¿No afectará eso a la manera en la que realizan sus investigaciones y a los resultados que obtienen? No pocos científicos opinan que la mejor forma de hacer su trabajo implica una rigurosa abstención de mezclarse con los asuntos de actualidad. Desde su publicación el informe TTAPS estuvo bajo la acusación de ser un estudio poco riguroso y manipulado, ya fuese de forma consciente o inconsciente, para ajustarse a las ideas previas de sus autores, favorables al desarme nuclear y por tanto enfrentadas con las políticas de los Estados Unidos en boga en ese momento.

En cualquier caso, la hipótesis del Invierno Nuclear acabó al fin disolviéndose como un azucarillo cuando el fin de la Unión Soviética ahuyentó el fantasma de una guerra mundial que parecía inminente apenas unos pocos años atrás.

Una idea ¿obsoleta?

Nuclear-WinterHasta donde yo sé Threads es la primera película que representó, y con bastante detalle, cómo sería el mundo bajo el Invierno Nuclear (aparte de ella, solo me viene a la mente The Road – La Carretera – estrenada en 2009). Su objetivo claro y propagandístico, en el buen sentido de la palabra, era el de remover la conciencia de la opinión pública de los años 80 acerca lo que estaba en juego al dejar que se desarrollara una carrera armamentística fuera de todo control como producto del enfrentamiento entre los bloques socialista y capitalista por una cuestión estratégica y de poder político. Poca broma desde luego, y de ahí la crudeza absoluta, sin concesión alguna, del filme.

¿Qué puede aportarnos entonces a día de hoy ver una obra tan abrumadoramente deprimente cuando parece que ya superamos finalmente aquella prueba con éxito? ¿El simple morbo de asomarnos por un momento a aquel precipicio al borde del cual se tambaleó el mundo durante unas pocas décadas? ¿El atractivo del what if, de las Historias alternativas? En parte, sí, desde luego 🙂

Tras el fin de la Guerra Fría decidimos olvidarnos de esos miles de armas atómicas que siguen apilándose en los arsenales, esperando pacientemente a que vuelva su momento. Algo comprensible en cierto modo tras el alivio de ver que, en un tira y afloja al que durante mucho tiempo jugaron los EEUU, la URSS y sus respectivos aliados, la tensión que estaba a punto de romper la cuerda cede de repente cuando uno de los equipos cae y se retira del juego, derrotado. No obstante, es imperativo tener presente que siguen ahí, que el potencial destructivo capaz de desencadenar los efectos mostrados en el filme continúa  existiendo.

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Con unas 110 bombas la puedes liar parda.

El club de países que poseen armamento nuclear ha ido aumentando poco a poco desde los tiempos más crudos de la Guerra Fría; algunos de estos países se encuentran en zonas de alto riesgo, como es el caso de India y Pakistán. Ambos poseen capacidad nuclear y un conflicto fronterizo enquistado desde hace décadas. Una guerra entre ambos produciría sin duda un altísimo número de víctimas directas; y, aunque la hipótesis del Invierno Nuclear ha quedado como obsoleta y algo desacreditada, no se puede descartar definitivamente y hay estudios recientes que plantean que el efecto de enfriamiento podría aún producirse a escala global incluso a partir de un intercambio regional entre ambos países. Por ende, aunque su alcance se limitase a esa región del planeta, no olvidemos que estamos hablando del subcontinente indio, partes de Oriente Medio,  China y del sudeste asiático: una de las partes más pobladas del planeta vaya, una zona en la que una disrupción severa del clima local puede causar incontables millones de muertes por falta de alimento.

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¡Aihó, aihó!

Quizás el mensaje que Threads pretende transmitir ya no sea tan de rabiosa actualidad como cuando fue filmada y emitida. Otros tipos de crisis, de carácter económico, ecológico y de acceso a los recursos, parecen ser las nuevas amenazas directas al statu quo y a la civilización que conocemos. Pero no hay que olvidar que sean cuales sean las crisis futuras que sacudan al mundo, el hecho de que se desarrollen en medio de grandes arsenales nucleares no es para nada tranquilizador y agrava de forma muy aguda los posibles desenlaces de cualquiera de ellas. A no ser que hagamos algo cuanto antes, la guerra nuclear y sus consecuencias tales como el Invierno Nuclear, no son algo del pasado en contra de lo que la mayoría de nosotros pueda pensar hoy en día: son algo que nos aguarda en el futuro.

Y no otra cosa es al fin y al cabo el tema fundamental de esta película: el futuro. Un aspecto dantesco que Threads no se olvida de arrojarnos a la cara, quizá el más terrible de todos: el destino de las generaciones venideras. Recordaremos que Ruth estaba embarazada en el momento en el que alguien decidió que sería una gran idea arrojar bombas nucleares por cientos. En un momento de la película la vemos dar a luz, sola, a una niña en una granja abandonada. Muchos niños nacerán muertos o perecerán en los primeros meses de vida. No es así es el caso de la hija de Ruth, a la que consigue sacar adelante con grandes dificultades, hasta fallecer al fin, devastada y ciega, cuando su hija tiene 10 años.

A través de la hija de Ruth asistimos a como la humanidad desciende los últimos peldaños de la escalera de la barbarie y la degradación. Crecidos y adaptados en un entorno en el que la única norma es la supervivencia, solo unos pocos recibirán unas migajas de educación formal, en remedos de escuelas donde se mezclan menores de todas las edades (muchos de ellos huérfanos) y con apenas unos restos deteriorados de material educativo rescatados del desastre. Hablan un idioma gutural y simplificado en extremo, adaptado al medio que les rodea y reducido a los conceptos más básicos (comida, refugio) que dominan sus interacciones con los demás. Forzosamente embrutecidos, la cultura tal y como la concebimos no tiene ningún sentido para esta primera generación del nuevo mundo: no conocen otra cosa que las ruinas, la escasez y la violencia. La inmensa mayoría de los conocimientos científicos, técnicos y culturales acumulados a lo largo de la historia de la humanidad se perderán con ellos.

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No future

Esta es la coda final, la última estación del calvario de la raza humana y sobre lo que realmente este filme nos quiere advertir, hasta que quede grabado a fuego en el cerebro de los espectadores.

En 1984, la Guerra Fría y la carrera armamentística entre Este y Oeste llevaba ya casi 40 años en marcha. Una competencia frenética por diseñar armas más potentes, más rápidas, más precisas había hecho que los EEUU, URSS y respectivos aliados acumulasen para la década de los 80 una cantidad obscena de poder destructivo en sus manos capaz de mandar el planeta entero al garete. Muchas veces. Miles de ICBMs, misiles de corto y medio alcance, cabezas múltiples de reentrada independiente (MIRVs), proyectiles de artillería con cabeza nuclear,  bombas y misiles de hasta varios megatones montados en bombarderos estratégicos, en submarinos con misiles nucleares, en lanzadores móviles dispersados por todo el territorio e incluso en trenes… Avances tecnológicos sobre avances tecnológicos refinados una y otra vez en una carrera sin fin por matar más, mejor y antes que el adversario.

Crecimiento del arsenal nuclear de EEUU y URSS a lo largo de la Guerra Fría (tomado del documental On the 8th Day, emitido conjuntamente con Threads)

Evolución del arsenal nuclear de EEUU y URSS a lo largo de la Guerra Fría, tomada del documental On the 8th Day, emitido conjuntamente con Threads. Pueden consultarse datos más actualizados en Nuclear Notebook.

Si tan solo una parte de ese potencial destructivo se pusiera en marcha provocaría una catástrofe humanitaria y ecológica a nivel global. La cantidad de cenizas y radiación esparcida sería tal que afectaría al planeta entero, y no solamente a aquellas zonas que sufriesen el impacto directo de las bombas. Aquí no se está hablando solamente de una especie de reedición de la II Guerra Mundial corregida y aumentada. Con todo lo terrible que esa guerra fue, las naciones más afectadas recuperaron, mal que bien, unas sociedades funcionales al cabo de unos pocos años, en gran parte gracias a la ayuda de otras naciones que no resultaron destruidas. En un intercambio termonuclear total se daría un salto de varios órdenes de magnitud en el nivel de la catástrofe. No son solo los cientos millones de víctimas: incluso aunque la Humanidad no fuese totalmente aniquilada y extinguida (algo al alcance del poder nuclear total acumulado), todas las culturas que conocemos se perderían para siempre jamás en el olvido. El Homo Sapiens Sapiens sufriría un retroceso tal en todos los aspectos, que tardaría siglos en recuperarse – si es que lo consiguiese alguna vez. Si finalmente lo lograra, sería sin duda de una forma diferente a lo que sabemos, y toda la historia, arte y ciencia anteriores a la guerra termonuclear serían borrados casi por completo, sobreviviendo apenas como leyenda en el testimonio de las escasas obras de nuestra época que lograsen perdurar a la guerra y a la barbarie posterior. El daño potencial de la carrera armamentística llevada a cabo por las dos superpotencias, afectaría a toda la Humanidad y sería irreversible.

Precisamente porque somos una civilización mucho más compleja que todas las anteriores, somos al mismo tiempo mucho más vulnerables a este escenario de catástrofe. Como una copa del más fino cristal frente a un tosco cuenco de barro, nuestras sociedades son mucho más fáciles de romper en mil pedazos, y por tanto, mucho más difíciles de recomponer. Tanto nosotros de forma individual como cada una de nuestras instituciones, dependemos para nuestra supervivencia de una tupida red de millones de hilos (threads en inglés) invisibles que nos conectan a todos y que abarca a todo el planeta, y no solo a nuestros vecinos más inmediatos. En las modernas sociedades hipertecnificadas y urbanas, ¿quiénes de nosotros sabríamos fabricar por nuestros propios medios cualquiera de las herramientas que usamos habitualmente, incluso aquellas imprescindibles para la subsistencia? ¿Cuánta gente de cercanos y remotos lugares ha sido necesaria para fabricar y hacernos llegar cualquiera de ellas? ¿Cómo conseguiríamos los alimentos y el cobijo adecuados, sin una sociedad que nos provea? ¿Y por añadidura criar y dar ese sustento a nuestros hijos?

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Nuestra civilización, compleja y frágil como una tela de araña

La rotura, aún temporal, de unos pocos de esos hilos básicos, digamos el suministro energético (ya sea electricidad, gas, combustible…), o el agua corriente, o la distribución de alimentos, o los servicios sanitarios… sería capaz de ponernos en serios aprietos; aunque nos recuperaríamos gracias a la fuerza conjunta del resto de nodos de la red. ¿Qué no ocurriría entonces si repartimos 3.000 megatones o más por la mayoría de los centros estratégicos, no solo militares sino también productivos, del planeta y los volamos todos a la vez? Súmale a todo esto efectos a medio y largo plazo de las armas nucleares tales como pulsos electromagnéticos (inutilizando muchos de los equipos eléctricos), el Invierno Nuclear (poniendo aún más difíciles las cosas a los supervivientes) y la radioactividad (minando la salud y la capacidad reproductiva de todos los seres vivos). ¡Bingo!  A lo mejor resulta que Threads se está quedando corto. No podemos ni debemos permitir que algo semejante ocurra por un mísero error, o por un juego de poder entre naciones y – nos situamos ahora en las coordenadas temporales en las que se realizó el filme – lo cierto es que estuviste a poco más de un chasquido de dedos de que esto que estás viendo, llegase a ser tu jodida realidad a día de hoy.

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En tu 1997 alternativo, nunca se estrenó Titanic.

The only way to eliminate the possibility of climatic catastrophe is to eliminate the nuclear weapons.

Robock A., Toon O.B.
Local Nuclear War, Global Suffering.
Scientific American. Enero 2010, vol. 302, nº 1, p. 74-81.