¡Cine Atómico! Письма мёртвого человека (Cartas de un hombre muerto), Konstantin Lopushansky, 1986   Leave a comment

kinopoisk.ru

En esta serie de artículos hemos dado un repaso a algunas de las principales películas producidas sobre el apocalipsis nuclear. La mayoría de ellas aparecerán sin falta en cualquier lista sobre el tema de las muchas que puede uno encontrar en la red; quizá con las salvedades de Five y Panic in the Year Zero, que son un poco menos conocidas.

Por supuesto, la lista de este blog no es exhaustiva y hay algunas omisiones notables, como podrían ser Dr. StrangeloveThe World, the Flesh and the Devil, por poner un par de ejemplos. Hay motivos detrás de estas faltas no obstante: aquí he elegido títulos que transcurren, al menos en parte, en la secuela del ataque nuclear, cosa que Strangelove no cumple; en cuanto a la segunda, me parece bastante mala y además la temática nuclear es solo una excusa para la puesta en escena de otro tipo de historia que es la que en verdad le interesa contar.

Aparte de esos dos ejemplos la lista de filmes con temática o trasfondo nuclear es amplísima (algunas recopilaciones llegan hasta a incluir películas como Terminator II, donde la referencia a la guerra nuclear es más bien tangencial) y hacer una reseña de todos ellos me llevaría mucho tiempo, sin contar con todos aquellos de los que siquiera tenga noticia. Sí que planeo hacer una o dos entradas en el futuro,  recogiendo de forma más resumida todos aquellos títulos que me parecen relevantes y que han quedado en el tintero.

Mas dejando aparte estas omisiones más o menos tolerables, esta lista peca de una ausencia flagrante, el elefante en la habitación de esta serie de ¡Cine atómico! que hoy al fin nos disponemos a afrontar: el cine soviético. Porque la Guerra Fría es cosa de dos y dos no se aniquilan si uno no quiere, a buen seguro que los commies algo tenían que decir y que filmar sobre la contingencia de una catástrofe nuclear que devolviese a la humanidad a la Edad de Piedra. Y así es como llegamos al imprescindible del género de hoy: Pisma myortvogo cheloveka, Cartas de un hombre muerto.

Bien, hasta donde he podido averiguar, no hay mucho más en la filmografía soviética sobre este temática; aunque sin olvidar que la disponibilidad de información en Internet sobre producciones más allá del Telón de Acero puede ser limitada o incompleta, comparada con las occidentales, por no hablar de la barrera idiomática. Aparte de Pisma… solo he encontrado referencia a un par de adaptaciones del relato de Ray Bradbury There will come soft rains (Vendrán lluvias suaves), en el que un hogar robótico sigue realizando sus funciones habituales aún después de que sus habitantes hayan sido volatilizados en una guerra nuclear. Una de ellas, Budet laskovyi dozhd’, puede encontrase en Youtube, si bien con una calidad de imagen solo un poco superior a ver la porno del Plus codificada.

Picasso face

Así te puedes quedar tras ver El visitante de un museo.

Podemos mencionar también otro largometraje soviético como relacionado con este contexto y que, por ende, es obra del mismo director: El visitante del museo (Посетитель музея, 1989). Algo que no deja de producir concomitancias entre ambas películas. Aparte de una estética similar, también El visitante del museo tiene como escenario un mundo post-apocalíptico lleno de ruinas, locura, decadencia y desesperación. No obstante, y a pesar de que se lo identifica así en alguna fuente, no se apunta en ningún momento a que el origen de esa devastación sea nuclear, cosa que sí se hace explicita en Cartas de un hombre muerto y que es parte fundamental de la historia. Más bien se trata como reseña la Wikipedia, de «un desastre ecológico no especificado«. Es un filme extraño y surrealista, oscuro y desasosegante en extremo, de esos que deben tener múltiples significados y yo no pillo ninguno. Al lector interesado en cosas raras y soviéticas le recomiendo su visionado, eso sí, advertido queda de que es muy posible que al finalizar se le quede la cara como un cuadro de Picasso, como le ocurrió a un servidor.

Más allá de la URSS encontramos el filme polaco O-bi, o-ba: Koniec cywilizacji (O-bi, o-ba: el fin de la civilización, Piotr Szulkin, 1985), que nos presenta un relato de supervivientes de un holocausto nuclear en un búnker conocido como La Bóveda y que tal como lo interpreto yo, se trata de una feroz crítica al sistema comunista que se derrumba inexorablemente mientras los personajes, que representarían a distintos estamentos y grupos sociales, tratan de sobrevivir cada uno a su manera. La temática nuclear sería aquí un mero artefacto al servicio de la metáfora.

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El profesor (Rolan Bykov)

En Cartas de un hombre muerto el elenco de personajes pinta un sombrío cuadro de tronaos, cada uno sublimando la tragedia con su pedrada particular. Días o semanas después de una guerra atómica que ha asolado el planeta (la película comienza cuando ya todo ha ocurrido, a diferencia de las anteriores en la que se nos relatan también los días e instantes previos), viven miserablemente agazapados en las ruinas de un museo, pedaleando por turnos para mantener encendidas unas escuálidas bombillas que no hacen más que iluminar la fealdad y desesperación que tiznan sus rostros demacrados. El protagonista principal, el profesor, es un científico y premio Nobel nada menos, que cuida de su mujer enferma por radiación y escribe cartas imaginarias a su hijo Erik, desaparecido y probablemente muerto. El resto de compañeros desarrollan otras rutinas absurdas como vía de escape: una mujer pasea en tetas por el recinto, afirmando la importancia de que la piel «respire» como panacea para mantener la salud, pero vaya, en Rusia y sin calefacción como que hace algo de rasca así

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¡Cucú!

que se lo piensa mejor y no penséis que vamos a ver mucha chicha. Su marido da la turra al resto dictando sin cesar pomposos ladrillos sobre los orígenes y consecuencias del desastre, que su mujer transcribe a máquina, ansioso por escribir el epitafio final de la raza humana como aquél que se larga un tocho de 900 páginas para a continuación declarar que «la novela ha muerto». Hay uno que hace muecas todo el rato y se le ve que le va a saltar la junta de la trócola de un momento a otro.

Mientras tanto, en el exterior se ha instaurado la ley marcial y se traslada a los supervivientes más fuertes y sanos a un refugio conocido como Búnker Central. Unos funcionarios con cara de haber comido un bote de pepinillos en mal estado y hasta el gorro de que la gente les cuente su vida, recorren los refugios evaluando la aptitud de los que encuentran.

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iiiii boluuudooo no me contés tu viiida

La mujer del profesor no pasa el corte ni de coña, así que este se niega a abandonarla y sale, jugándosela tras el toque de queda, del recinto del museo a buscar medicinas y libros en el mercado negro. La gente que está fuera tampoco anda muy bien de la cabeza y a veces los fusilan. En general y en definitiva, que todo mal.

Uno de los aspectos que más me fascina de Cartas de un hombre muerto es lo logrado de la escenografía (ruinosa, evidentemente) en los que se desarrolla. No recuerdo ninguna otra película occidental sobre catástrofes que se le acerque. En éstas los escenarios siempre dan en el fondo la sensación de ser un decorado, preparado con más o menos esmero, pero arreglado en cualquier caso. Aquí, es como si le hubiesen pedido al Politburó que tirasen un par de bombas nucleares de las de verdad solo para que quedase todo más auténtico. Masas de hierros retorcidos, enormes pilas de escombros y supervivientes agazapados tras las puertas oxidadas de búnkeres subterráneos es lo que esperamos ver en un mundo tras el conflicto nuclear; y se nos presenta de una forma brutalmente realista, que me río yo de El Yermo. Todo, incluidos los personajes y ayudado por una fotografía en sepia nada sutil es de un feísmo extremo. Algo así como vivir en las márgenes de la ría del Nervión en el Bilbao de los años 80 vaya.

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Bilbao, 1980

Esta es una característica compartida con otras dos películas señeras de la ciencia ficción soviética tardía. Una es la ya comentada El visitante del museo, por razones obvias, en la que los escenarios decadentes y cochambrosos son de unas dimensiones aún más colosales. Y la otra es Stalker, una de las obras de Andréi Tarkovski, aunque de forma más cuidada y con una atmósfera más onírica. Y en la que por cierto Lopushanski, considerado como su discípulo, participó como asistente de producción. Las conexiones entre las tres, tanto a nivel personal como estilístico, son evidentes.

Difícil que sea una casualidad: en sus años de decadencia, el bloque socialista abundaba en entornos industriales y urbanos abandonados, perfectos para ambientar una y mil distopías de futuros malogrados. A día de hoy sobreviven multitud de ruinas de colosales proyectos militares e industriales soviéticos en Rusia, reducidas a pasto de bloggers que armados de cámaras de alta definición y drones dan testimonio gráfico de los fantasmas de un poder extinto. Restos de la industrialización acelerada, signos de la cercana caída del modelo socialista soviético, del agotamiento social, moral y económico tras décadas de búsqueda de una vía alternativa hacia una sociedad más justa que terminó ahogada en la ciénaga de la lucha sin cuartel por el dominio político y estratégico del tablero mundial. Lejos ya de otras fábulas y aventurillas ci-fi tiznadas de propaganda de años y décadas anteriores, sobre comunistas de picnic por el espacio gracias a una tecnología y sistema social superiores, viajando en naves de cartón piedra y ayudados por robots de aspecto ridículo, ofrecidas en títulos como Per Aspera Ad Astra (Cherez ternii k zvyozdam, 1981), Moscú-Casiopea (Moskva-Kassiopeya, 1974), Planeta Bur (1962), Camino a las Estrellas (Doroga k zvozdam, 1957), o Aelita (1924).

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Espero que fusilasen al de los efectos especiales (Per Aspera Ad Astra, 1981)

Nada muy diferente de lo que pasaba en el cine de ciencia ficción en tierras de poniente. Durante los 60 y 70 la carrera espacial, en verdad un subproducto de la armamentística, ofrecía en ambos bloques la cara amable y optimista de la misma tecnología que permitía a los militares leer los titulares del Pravda desde la órbita baja o llevar un regalito desde Novosibirsk a Kansas en 30 minutos. Todavía en los 80 nos veíamos en pocos años pasando el fin de semana en un hotel espacial y las vacaciones en la cara oculta de la Luna, pero como ya se habló en anteriores entradas sobre The Day After, Threads o Testament, pronto la guerra nuclear pasó a ser trending topic de nuevo tras el final de la era de la distensión decretado por el reaganismo, y bastante suerte si Torremolinos seguía en pié. Cartas de un hombre muerto es el reflejo de ese cambio de perspectiva al otro lado del muro.

Con un estilo muy diferente al de Testament y de una manera más explícita, el filme denuncia que la parafernalia nuclear se ha desbocado como un tumor, escapando a todo control y adquiriendo una identidad propia, de manera que ya ni siquiera es necesario una crisis política o militar para que termine destruyendo a sus creadores: todo puede sobrevenir por un error trivial, como ya adelantaba dos décadas antes Fail Safe.

Querido Erik. Trabajo mucho y estoy a un paso de comprender una cuestión muy curiosa e importante para todos. Pero mi trabajo es entorpecido por distracciones varias. Por ejemplo, estoy seguro de haber oído el grito del operador del centro electrónico:

«¡Error en la computadora! 
¡Se revoca el lanzamiento!»

Sí, así fue: «¡Se revoca el lanzamiento!»

Dijeron que estaba tomando café, se atragantó y… llegó tarde por siete segundos. Sólo siete… Quizás hay algo en esta cifra, incluso si descartamos los lugares comunes.

Recuerdo su rostro. Pasó junto a mí en el corredor, en la nariz tenía una enorme
gota de sudor. Sonreía y sobre la marcha se desabrochaba los pantalones. Se colgó en el baño. Él lo sabía con exactitud: quedaban solo catorce minutos.

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¡Ups!

La escena relatada por el doctor en su carta no es algo meramente salido de la imaginación del guionista. Nos remite a un incidente ocurrido en 1983, es decir, solo 3 años antes del estreno de la película, que muy bien podría haber terminado de la misma manera que la descrita por el profesor de no ser por la sangre fría de un solo hombre, un oficial del Ejército Rojo: Stanislav Petrov. Si bien lo más probable es que los autores no tuviesen conocimiento de lo que sucedió, las similitudes no dejan de ser indicativas de la gran preocupación que flotaba en el ambiente sobre las tensiones de la Guerra Fría y el descontrol de la capacidad nuclear en ambos bandos.

Poco después de la media noche, el 26 de septiembre de 1983, Petrov era el oficial al cargo en el centro de control del sistema satelital OKO de alerta temprana soviético cuando la computadora informó del lanzamiento de un misil desde los Estados Unidos. Estos satélites eran la primera línea de defensa ante un ataque nuclear, ya que los radares en tierra no podían detectar el lanzamiento de un misil más allá del horizonte. Cada unidad OKO era básicamente un telescopio situado en el espacio que vigilaba continuamente en busca de las trazas térmicas que dejarían los misiles enemigos al ser lanzados.

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Satélite OKO

Si bien Petrov no tenía la responsabilidad ni los medios directos de iniciar una respuesta al supuesto ataque, según el procedimiento debía informar a sus superiores en la cadena de mando, quienes sí tenían la potestad de tomar esa decisión. Que, obviamente, contemplaba la posibilidad de iniciar un ataque de represalia masivo, que era de lo que se trataba todo eso de la Guerra Fría y la disuasión nuclear.

Con luces parpadeando en las consolas alertando de un lanzamiento nuclear, Petrov debía comunicarlo a sus mandos. Al fin y al cabo, ese era su trabajo y para lo que había sido entrenado. Por fortuna para todos, Petrov era un tipo avispado: su experiencia e intuición le decían que no tenía sentido que un ataque enemigo consistiese en un único misil. Lo lógico hubiera sido recibir la señal de cientos de lanzamientos simultáneos que desarbolasen la capacidad de respuesta soviética. También pesaba el hecho de que el sistema OKO había sido puesto en funcionamiento de forma reciente, con lo que nuestro héroe era consciente de que su fiabilidad estaba por verificar. Así que simplemente, decidió esperar a ver que ocurría. Tras algunos minutos, que podemos imaginar transcurridos en medio de un episodio de sudoración y canguelo extremos, no llegaba confirmación alguna de los radares de tierra.

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Más o menos, así, pero en cirílico. Y en analógico, con bombillitas. Vamos, que nada que ver.

La cosa parecía calmarse cuando otra vez el sistema alerta de un ataque enemigo, esta vez informando del lanzamiento de otros 4 misiles nucleares. De nuevo Petrov sopesa las opciones y apuesta a que todo es el resultado de un error del sistema. Fue la decisión correcta. La investigación posterior demostró que el satélite había sido confundido por una alineación inusual de la Tierra, el Sol y el propio satélite, que generó destellos similares a la huella infrarroja dejada por los motores de un misil balístico.

A toro pasado, la secuencia de eventos y la interpretación que Petrov hizo de ellos puede parecer evidente, lógica o probable… pero ey, hay que estar en el momento y en el lugar. ¿Cómo estar seguro? ¿No es lo más sencillo seguir las órdenes, coger el teléfono e informar a la central, que sean otros los que asuman la responsabilidad de tomar una determinación tan grave? ¿Cómo obviar las consecuencias de que su interpretación de los hechos fuese errada? La doctrina nuclear establecía que un ataque sorpresa consistiría en un lanzamiento masivo de cabezas nucleares, y no en 5 pepinos lanzados así a voleo. Pero ¿y si el satélite no mentía, y si lo que estaba viendo en sus pantallas era la señal de un lanzamiento real provocado precisamente por un error en los sistemas del enemigo? O, no sé, la decisión de un general enloquecido estilo Dr. Strangelove, o una nueva táctica de ataque no prevista. O… cualquier otra posibilidad no imaginada. La actuación de Stanislav Petrov demostró ser correcta, pero las consecuencias de un juicio equivocado, cualquiera que fuese (dar aviso a sus superiores y que éstos iniciasen una guerra nuclear; o no hacerlo pero que el sistema estuviera en lo cierto…) hubiesen sido terroríficas de uno u otro modo y es difícil pensar que todo ello no pasó por su mente en esos interminables minutos.

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Este tío te salvó la vida. Respect.

La importancia de la decisión de Petrov aumenta si consideramos el momento y el lugar: todo sucedió en la peor coyuntura posible, cuando las relaciones entre los EEUU y la URSS atravesaban su punto más bajo, en ese instante de la historia ya reseñado en entradas anteriores del blog. La época más caliente de la Guerra Fría, cuando la política sin concesiones de Reagan había convencido a todos los estamentos civiles y militares de la Unión Soviética de que los americanos estaban preparando un ataque sorpresa en cualquier momento (ver Operación RYAN), y por tanto estaban predispuestos a interpretar cualquier incidente como el inicio de la agresión. Sólo tres semanas antes de estos hechos, los soviéticos habían derribado un avión de pasajeros coreano matando a sus 269 ocupantes, el vuelo 007 de Korean Air, que se había extraviado por accidente (aunque como es habitual no faltan teorías alternativas y ciertas fuentes insisten en que fue intencionado y parte de un programa de espionaje) entrando en el espacio aéreo soviético, lo que como es lógico generó una fuerte reacción de repulsa en todo el mundo y puso a las relaciones entre ambas superpotencias contra las cuerdas. Al mismo tiempo, el plan de despliegue estadounidense de los Pershing II en Europa se desarrollaba a toda velocidad y comenzaría a implementarse a finales de ese mismo año.

En definitiva, a pesar de los múltiples mecanismos de control, un fallo técnico unido a una situación política crítica y la creencia instalada en las mentes de las estructuras de poder soviéticas de que un ataque era inminente, formaban un cóctel perfecto para la catástrofe. No es posible asegurar qué hubiese ocurrido si Petrov hubiera cumplido con su deber de informar de la alerta; pero la posibilidad de que algo similar a lo narrado en Cartas de un hombre muerto llegase a convertirse en realidad nunca fue tan cercana.

No fue esta la única vez que un error más o menos trivial casi provoca una guerra entre las dos superpotencias; en varias ocasiones diversos accidentes estuvieron a punto de hacer que las cosas se salieran de madre. Cabe mencionar el incidente de los misiles de Okinawa, aunque su veracidad está disputada por algunas fuentes. Supuestamente a finales de Octubre de 1962 y por motivos no aclarados, una orden real de lanzamiento se «coló» en al final de una transmisión rutinaria de un informe meteorológico destinada a una base secreta de misiles nucleares estadounidense en Okinawa. Da la casualidad de que esto ocurrió durante la famosa Crisis de los Misiles de Cuba y mientras las fuerzas de EEUU estaban en nivel de alerta DEFCON 2 (para hacernos una idea, este nivel solamente se ha declarado dos veces en la historia, la primera en esta ocasión y la segunda en la fase inicial de la operación Tormenta del Desierto; vamos, que no es poca broma). De manera similar a lo que ocurrió con Petrov, la señal se repitió dos veces y sólo la intervención de un oficial (a punta de pistola, si es que la historia es cierta), a quien ciertos indicios hicieron sospechar de la autenticidad de la orden, evitó un desastre mayúsculo en un momento en el que todo el mundo iba dando tumbos alrededor de bidones de gasolina con cerillas encendidas.

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Botellón radioactivo

Esta película es sin duda hija de su época y una muestra de cómo la conciencia de estar sentados encima de un polvorín nuclear no conocía fronteras y era compartida por muchos sectores de la sociedad a ambos lados del telón de acero. Nos ofrece la perspectiva de este problema, muy presente en la época, desde el otro actor del conflicto y con una narrativa diferente a la acostumbrada. No obstante y aunque el cine soviético resulta áspero y extraño al espectador occidental, en este caso es bastante asequible y presenta muchos puntos en común con las otras películas de esta serie. Teniendo en cuenta claro la temática que trata, es decir, la atmósfera es angustiosa y el ritmo más pausado y filosófico que lo habitual en las producciones anglosajonas. En cualquier caso, si has llegado hasta aquí, es que eres un aficionado al género y entonces ¡no puedes permitirte el no verla!

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Publicado 16 agosto, 2018 por bravido en Cine atómico, Guerra Fría, Nuclear, Películas

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